Crítica a "El Sol del Corazón"

Crítica de Ana Julia González "Aswad" al libro "El Sol del Corazón"

Cuando la poesía es un juego, un juego valiente, arriesgado, emocional, que lleva ligado además un discurso íntimo, de confesión dolorosa o de ataque al enemigo, o de rendición triste y sincera, cuando la poesía es un arma cargada (de futuro o de otras balas), para mí adquiere un valor que va más allá de lo literario.
Por eso siempre defenderé el libro de Juan Fran, El Sol del Corazón. En él, el autor elige un juego, con unas piezas y un tablero y unas reglas, y sobre todo ello, construye un paisaje poético con  personalidad propia. En unos poemas con más fortuna que en otros, pero construye. Y se arriesga presentando poemas que no llevan afeites de buen poema, que no juegan a hermano mayor del verso, y sin máscaras de gran poesía nos va engañando con grandes versos.
Versos de ritmos durísimos, dictadores al oído, con vueltas y revueltas de palabras que a veces hasta alcanzan lo infantil, lo obvio, incluso lo anti-poético (suponiendo lo poético como el acto sublime de la floritura lingüística con más forma que fondo, que ya es mucho suponer), y que quizá precisamente por todo eso abren la puerta a la sencillez más preciosa y reveladora. "Llevabas la llave de la lluvia /
y llovió." A eso llamo yo ser demoledor con el meñique.
Sobre esa línea temblorosa y peligrosísima se balancea el libro, bailando a milímetros de lo fatal y lo genial, siempre tocando el colmillo de la bestia. Y sin embargo, conservando el equilibrio y el pellejo. Ese es el riesgo que nos propone El Sol del Corazón. Es un poemario que o se adora, o se odia, pero no sabe dejar indiferente.
El amor, tantas veces cantado que parece que no le quedan canciones nuevas, ocupa todo el libro. El tratamiento es cortés: el poeta se arrodilla y se queda casi sin poema, y se queda casa sin palabras ante el amor, y lo único que puede hacer es decir justo lo que tiene que decir, permitiéndose sólo algunos devaneso fonéticos desde la sencillez irresistible del que no tiene nada más que amor. El poeta se rinde a la evidencia y se enseña vulnerable y frágil. Ya no le importa parecerse a Bécquer o tener ecos de Neruda o formar parte de la última corriente poética de moda. Está demasiado enamorado. En su libro el amor hace estragos y derrota toda técnica, derrota hasta al poeta. Sólo queda esta poesía tan en los huesos, tan menos, tan poca, poesía colgando de un hilo quebradizo, siminutísima a cañonazos. Poesía que se suicida sin querer molestar en su caída libre.

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